Miami, FL, martes 14 de mayo de 2024.
En las últimas décadas, la costumbre de caminar «a pie limpio» suma cada vez más adeptos.
Mientras que algunos lo ven como una moda pasajera, otros argumentan que es una práctica saludable, enraizada en nuestra propia naturaleza.
De hecho, muchos padres y madres de niños que todavía no andan muestran gran preocupación acerca del desarrollo de sus pies infantiles, lo que ayuda a explicar la amplia implantación actual del llamado calzado minimalista (el que proporciona la experiencia de ir descalzo) en edad pediátrica.
Pero ¿es igual de importante en los adultos?
Una obra maestra
El pie no es simplemente un elemento para caminar y soportar nuestro peso.
Se trata de un complejo sistema biomecánico compuesto por 28 huesos especializados en otras tantas funciones que procuran estabilidad, equilibrio y eficiencia al caminar.
En unos pocos centímetros cuadrados asegura que podamos realizar una actividad tan básica como es desplazarnos de un sitio a otro.
Además, la planta del pie tiene casi tantas terminaciones nerviosas como las manos y es una gran reguladora de nuestra postura y movimiento.
“Es una obra maestra de ingeniería y una obra de arte”, llegó a decir de nuestra extremidad corporal inferior Leonardo da Vinci.
Volver a la naturalidad
Caminar descalzo por voluntad propia no es una invención moderna. Algunas culturas antiguas consideraban que así se establecía una conexión directa con la tierra.
Sin embargo, la invención del calzado priorizó la protección y el estatus sobre la naturalidad.
En las sociedades modernas, es un elemento esencial de vestimenta, tanto por razones de higiene como de posición social.
¿Tiene entonces algún sentido prescindir de él en muchos momentos?
Las investigaciones científicas revelan que quizá sí: hacerlo favorecería la conexión con la naturaleza y, desde un punto de vista emocional, con nosotros mismos.
Respecto a los aspectos meramente físicos, hay diferencias entre caminar calzado o a pie desnudo, y se sabe desde hace tiempo.
Ya en 1905, el doctor Phil Hoffman comparó los pies de personas que lo hacían de las dos formas y encontró grandes diferencias entre ellos, tanto en la forma como en la función del pie.
Una revisión sistemática realizada en 2015 refrendó a Hoffman y detectó varias distinciones clave.
La primera es que caminar descalzo aumenta la dispersión de la parte anterior del pie (el antepié); es decir, los dedos se pueden expandir y ocupar su sitio natural, mejorando la estabilidad corporal.
La extremidad inferior necesita espacio para adaptarse al terreno y maximizar el agarre y la estabilidad, mientras que el calzado contemporáneo basa dicho agarre en las suelas, lo que limita esa adaptación.
En segundo lugar, prescindir del calzado permite repartir mejor las presiones sobre el pie. Sin embargo, el hecho de calzarnos o no hacerlo no parece afectar al riesgo de sufrir una lesión.
La alternativa: el calzado minimalista
Obviamente, hay un problema: a nadie le es ajeno que tocar el suelo directamente con nuestras plantas desprotegidas conlleva riesgos en determinadas superficies o terrenos.
Una de las alternativas, y que se encuentra en pleno auge, es el calzado minimalista, al que ya nos hemos referido brevemente antes.
Se caracteriza por un diseño simple y ligero que imita la sensación y la biomecánica de caminar descalzo, sin renunciar a la protección contra los elementos y superficies duras.
Entre estas características destacan su suela delgada y flexible –sin drop o elevación del talón–, un peso ligero y una amplia caja para los dedos, con más anchura por la parte de delante.
Por contra, el calzado convencional presenta una horma estrecha que impide la correcta posición del antepié, con un exceso de sujeción en el retropié (la parte posterior). Y además sobreeleva el talón, acortando el tendón de Aquiles.
Las alternativas minimalistas han demostrado sus beneficios en la estabilidad y la disminución del riesgo de caídas, así como en la prevención de ciertas dolencias como los juanetes, el neuroma de Morton o la fascitis plantar.
En el caso de los corredores, parecen inducir mejoras en la economía de carrera y la frecuencia de zancada.
Esto genera mayor movilidad y estabilidad en sus piernas, lo que contribuye a una forma de correr más eficiente y a recibir un menor impacto en las articulaciones.
Por otra parte, se cree que el calzado convencional atrofia la musculatura del pie. Algunos estudios han demostrado que el uso de las opciones minimalistas no solo mejora la fuerza de la musculatura intrínseca de los pies de los corredores, sino que también aumenta significativamente su arco longitudinal y fuerza elástica.
Además, una publicación de 2022 sugería que la introducción de este calzado parece ayudar a mantener un arco plantar más alto.
Algunos riesgos y contraindicaciones
Como comentábamos, caminar completamente descalzo no está exento de peligros.
La exposición a superficies peligrosas y la falta de protección pueden llevar a lesiones cutáneas o infecciones. Padecer alguna enfermedad como el pie diabético es un motivo para desaconsejarlo.
Además, el uso sistemático de calzado convencional cambia la forma, fuerza y función del pie, por lo que lanzarse a hacer deporte con calzado minimalista sin adaptación puede elevar las probabilidades de lesión al cambiar de forma brusca la biomecánica de la marcha.
En definitiva, si decidimos caminar descalzos o hacerlo con calzado minimalista, es crucial hacerlo gradualmente y considerar las circunstancias individuales. Así optimizaremos los beneficios y evitaremos sus riesgos.
* Beatriz Carpallo Porcar, Daniel Sanjuán Sánchez y Paula Cordova Alegre son personal docente e investigador en los grados de Fisioterapia y Enfermería en la Universidad San Jorge.
El artículo original fue publicado en The Conversation y reproducido bajo licencia de Creative Commons. Puedes leerlo aquí.
Fuente: Beatriz Carpallo, Daniel Sanjuán, Paula Córdova, The Conversation
BBC Mundo